Virginia del Cura: la incombustible levedad del pato

Virginia del Cura durante una actuación como solista en el Festival.

Juan Carlos Avilés

“Virginia, enhorabuena, has tocado muy bien. Pero voy a darte un consejo: tienes que ser como un pato, porque ahora estarás totalmente expuesta. Y un pato se mete en el agua, pero cuando sale está seco por completo. Pues así tienes que tocar, sabiendo que ningún tipo de comentario, ni hecho, ni acto, te dolerá”. Esta sabia observación se la hizo un profesor de la orquesta del Conservatorio a Virginia del Cura cuando superó unas pruebas para convertirse en intérprete principal. Y esta recomendación, así como el susodicho e impermeable palmípedo, se han convertido en una metáfora y un símbolo de supervivencia para esta violonchelista de La Coruña que este año ha vuelto a repetir actuación en Piantón. Y algo nos dice que, por fortuna, seguiremos teniéndola cerca.
Virginia no es sólo una excelente chelista, sino una mujer inteligente y sensible que trata de encontrar el equilibrio entre el músico y la persona, entre la responsabilidad y la libertad de seguir siendo, por encima de todo, ella misma, única e irrepetible. No sólo lo está logrando, sino que su reflexión es un claro exponente de que en este Festival tan importante es la excelencia de los músicos como de los seres humanos que los sustentan. Y que detrás de cada actuación y de los aplausos hay unos jóvenes llenos de inquietudes y expectativas que luchan por hacerse un hueco en la carrera más difícil, sacrificada y gratificante del mundo: la música. Y de ello hablamos largo y tendido.
—Piantón 2017 y ahora Piantón 2018. ¿Qué ha pasado en medio?
—Pues me he quedado sin trabajo. Se me acabó el contrato de la Orquesta de Castilla y León. Estaba haciendo una sustitución por excedencia y la músico titular ha vuelto, lo que supone que yo ya no seguiré contratada por interinidad, aunque estando en la bolsa de empleo me llamarán de vez en cuando. Pero como estaba en el área socio educativa de la Orquesta me ofrecieron este año la gerencia de In Crescendo, que es la escuela de música del área. He hecho muchas pruebas de orquesta, he aprendido mucho, he descansado mucho, y he disfrutado de volver a empezar, conocer a gente desde cero, aunque siempre es duro y cuesta bastante.
—Yo creo que es bueno. En esta vida, para avanzar bien, hay que ir dos pasos hacia adelante y uno para atrás.
—Pero no pierdo el entusiasmo. Me gusta mucho conocer gente nueva, sitios nuevos, cosas nuevas, aunque sí es verdad que el hecho de poder estar más tiempo en un mismo entorno sería también bonito, no estar cada día en un sitio. Porque al final estuve dos años en Rotterdam, antes en Valladolid, Zaragoza, La Coruña, Salamanca y ahora de nuevo Valladolid. Y me estaba planteando, al estar sin trabajo, irme de Valladolid y empezar otra vez por la base, hacer otro tipo de proyectos que también son interesantes, como éste pedagógico.
—Bueno, tampoco se hunde el mundo. Si algo tienes por delante es tiempo.
—No creas, a mí el tiempo me desaparece. Me faltan horas del día para hacer todo lo que quiero hacer. Quiero viajar, estudiar, pero no hay tiempo. Además, irónicamente, cada vez que me programo unas vacaciones siempre me sale trabajo. Por ejemplo, en junio quería haber ido a ver al Dúo Mitjana a Málaga, y hasta había reservado para hacer el Caminito del Rey, y me llamaron de la Orquesta para ir a tocar el Requiem de Verdi, y como no estoy en condiciones de denegar ofertas, pues fui. Pero llevo dos años sin vacaciones, dos años sin dejar el chelo, y se me cae a cachos. No tengo tiempo ni para dejarlo en el luthier.
—Llega un momento en el que, aunque no quieras, hay que parar un poco. Lo comentaba con Pedro, el fagotista, el día que hicimos la entrevista. Por mera estrategia de salud física y mental.
—Ahora me voy a Italia a un curso de una semana y me cogí vuelo de vuelta a diecisiete días vista, para estar diez sin hacer nada. Pero estoy segura de que, por la ley de Murphy, voy a tener que adelantar el vuelo. Pero estoy contenta. Mis padres me apoyan muchísimo, se les ve muy entusiasmados por todo lo que hago y están muy felices de verme feliz y de que realmente estoy haciendo lo que quiero. Me falta tiempo para tener una floristería, pero hay que escoger. Hago mis deportes, cosas extra musicales, y es importante porque a veces olvidamos como músicos que sobre todo somos personas. La música debería ser un estilo de vida, pero al tomarlo como profesión nos cerramos en nuestro mundo, y hay un mundo maravilloso alrededor que desaprovechamos muchas veces.
—Por eso hay que parar de vez en cuando, compañera…
—Esto me pasó en Rotterdam. Cuando estaba allí vivía al lado de un lago muy grande y todas las mañanas iba a pasear por él, y veía siempre un pato. Iba y venía, iba y venía. Siempre el mismo, y me lo encontraba en el mismo sitio. Le llamé Manolo. Y un día me le quedé mirando detenidamente y pensé, ¡qué vida ésta!, siempre haciendo lo mismo de un lado para otro. Pero no es una vida peor que las demás por el hecho de hacer siempre lo mismo. Él no tiene preocupaciones, ningún tipo de expectativas, simplemente vive. Y el ‘simplemente vive’ es una filosofía que tenemos que aceptar y captar, porque simplemente vivimos. El resto es lo que yo llamo morralla.
—Depende de cada persona. Puedes sacrificarte lo que quieras, fatigarte, cansarte, agotarte lo que quieras, siempre y cuando hagas lo que quieres. Porque si te dejas llevar por un ritmo que no has elegido tú, eso te va a pasar factura.
—Una de las cosas que sí noté cuando se me acabó el contrato fue que me sentí aliviada, porque antes lo que tenía era esa expectativa del abismo del qué será, y como no lo conoces, pues por muchas ideas que te hagas nunca sabrás cómo es la realidad hasta que llega. Y cuando llegó vi que era todo igual, y entonces se me quitaron las penas de un plumazo.
—Eso es un ataque de ‘galleguismo’. Pero esa melancolía que a veces os envuelve a los artistas es un factor positivo, sobre todo a la hora de crear. Muchas de las grandes obras, no solo en música, sino en pintura, literatura, etc, son fruto de la melancolía, porque abre los poros de la sensibilidad. Es como una sauna vital.
—Y eso es muy interesante, porque sí es verdad que me tomo todo con mucha calma, lo hago con gusto, nunca tengo la sensación de por qué lo habré hecho. Pero también es cierto que me metí en una rutina de hacer pruebas y estar preparada para el momento, porque ya va siendo hora de hacer pruebas en condiciones y de que me cojan en alguna orquesta. Pero luego me doy cuenta —y me di cuenta ahora, aquí, en Piantón— de que empecé a hacer pruebas por el hecho de mejorar, pero nosotros también necesitamos tiempo para asimilar, y si me mato a hacer pruebas durante dos o tres meses, que es lo que he hecho ahora, mi cuerpo y mi cabeza no lo asimilan.
—Mira, yo tengo una teoría. Y es que cuando subes una escalera no debes hacerlo de dos en dos peldaños, porque vas a llegar antes, pero no vas a entender la escalera. Entonces tendrás que retroceder y pisar los peldaños que te has dejado atrás por ir deprisa, con lo cual llegas más tarde y con sensación de derrota.
—Y esa es una de las cosas que me estoy dando cuenta en este festival, ahora. Que necesito exhalar, quedarme en punto muerto y coger otra vez el ritmo que yo quiero y por donde yo quiera. Pero no el hecho de ‘tengo que estar preparada’. A mi me gusta mucho estudiar, me gusta investigar, me gusta conocer, me gusta que me critiquen… Y una de las cosas que noté también al acabar el máster es que no era mi ritmo. E igual me pasó en el Superior. Yo aprendí mucho con mi profesor, pero cuando más mejoré fue al año siguiente, que no tenía profesor, porque era capaz de asimilar y usar todo lo que aprendí en cuatro años a mi ritmo, y no en el que me imponían. Y lo mismo cuando acabé el máster. Ahora cojo el chelo, estudio y me gusta estar una hora con una nota al aire. Y al final acabaré tocando esa nota al aire y diré ‘ jo, pues merecía la pena todo lo que he hecho’. Pero mientras estudias no se puede hacer porque no tienes tanto tiempo y tienes que dedicarlo a hacer todo lo que te piden. Es una de las cosas negativas que veo de los estudios.
—Claro. Hay un sistema, unas pautas y un ritmo. Y nunca van a ser ni tu sistema, ni tus pautas, ni tu ritmo. Y hay veces que lo asimilas y lo asumes y otras te producen revoluciones interiores, si piensas y eres un poquito listo. Pero de ahí surge tu estilo, tu personalidad, tu manera inequívoca de tocar. Porque el sistema no piensa en ti, eres tú quien tiene que subvertir la metodología global para adaptarla a tu ADN. Y eso te hace única.
—De todas formas me considero una persona dúctil y maleable, como se dice en metalurgia, pero por mucho que yo sea capaz de amoldarme a algo no quiere decir que sea mi forma natural. Lo haré sin rechistar, lo mejor que pueda y seguramente evolucionaré al ritmo que me imponen. Pero no soy yo.
—O sea, que no eres tan dúctil y maleable como dices, por fortuna…
--No, no. Cambiar el comportamiento en un momento determinado no significa cambiar tu identidad. Es lo bonito de la música de cámara, tú tienes tu forma de tocar pero cuando lo haces con otras personas cambia drásticamente esa manera de tocar. Y cuando desaparecen vuelves a tocar de la misma forma.
—Pero eso es muy saludable…
—Sí, sí. Yo creo que es de lo más importante.
—Claro. Se puede llamar ductilidad y maleabilidad o inteligencia emocional. Esta profesión vuestra es compleja, porque barajáis emociones permanentemente.
—Tú me preguntabas que había pasado entre 2017 y 2018. Pues mira, cambios en mi personalidad.
—¿Y te parece poco?
—No, efectivamente es una revolución, pero personal. Ni profesional, ni social, ni nada.
—Esa es la importante, y no es otra cosa que crecer. A los niños cuando crecen les da fiebre porque todo su cuerpo está librando una batalla interior. Y después, ¡zas!, dos centímetros más. La fiebre es un aviso de que la cosa va por buen camino, y esto tuyo es igual. Las crisis, las benditas crisis, son las que nos hacen crecer.
—Yo he tenido ya varias, pero esta ha sido fuerte, y como este año vivo sola y tengo más tiempo para escribir, para pensar, pues el terreno ha estado más abonado.
—Cambiamos de tercio, porque escuchando la espléndida voz de Virginia durante la charla, y después de oírla cantar en el Festival, no me queda más remedio que hacer un inciso y salir de una vez del punto uno, aunque esto no tiene traza de desviarse mucho del plano 'existencial'.
—Eso se lo debo a mi madre, que tiene la misma voz que yo y canta muy bien. Además me metió en un coro a los seis años, y todos le decían que me animara a seguir. Y luego la Sinfónica de Galicia, que me ha dado realmente las nociones de canto que tengo. En el coro de niños, con José Luis Vázquez; en el coro joven, con Fernando Briones y todos los profesores que nos traían: Manuela Soto, Joan Company… En el coro de la Sinfónica estuve desde los nueve años hasta los 22, y durante ese tiempo no tuve fines de semana porque mientras estudiaba además en el Conservatorio. Pero fíjate, cuando era pequeña la gente del coro no me caía del todo bien, y fue a partir de los 16 años, en el coro joven, cuando hice mis mejores amigos. Y no eran músicos, se apuntaban a cantar como en el Festival de Piantón. Porque la conexión y el contacto que se crea en un coro no se logra en ningún sitio. Y desde ahí al coro Gaos, a otro en Salamanca, ahora en la Universidad de Valladolid…
—Y cuando acabe el Festival, ¿qué vas a hacer?
—Entré en la bolsa de trabajo de la Orquesta de Tenerife, luego en otra de la Orquesta de Málaga y también estoy en la Orquesta de Aragón. Y ahora, en la de la Orquesta de Castilla y León. O sea, cuatro. Además tengo bastantes recitales organizados para chelo solo y para dúo con mi pianista… O sea, no me voy a aburrir.
—¿Mejor tocar sola o en compañía de otros?
—Es muy diferente, y es difícil la respuesta. Pero me encanta tocar con gente, la orquesta es una maravilla. Si pudiera dedicarme a la cámara lo haría, pero es muy complicado. Y lo que estoy consiguiendo sola es otro tipo de cosas. Me lo había propuesto, porque se crece mucho cuando estás sola ante la adversidad, frente a frente contigo misma. Y tú eres tu profesor y tu verdugo. Y este festival ha sido una prueba de fuego, pero me ha dado muchas ganas de seguir intentándolo. Y de lo que me he dado cuenta es que cuando dejé el trabajo, como mi ámbito social estaba en torno a la orquesta, al dejar la orquesta me quedé sin ámbito social. Así que ahora me enrollo como las persianas a la primera oportunidad que tengo, y eso que no soy de muchas palabras.
—Virginia ya es, de alguna manera, parte del Festival de Piantón. Y si la vida no da un vuelco, el año próximo formará parte de nuestro equipo.
—Sí, y estoy muy contenta, porque lo que me ha aportado el Festival es mucho. Primero, que junta las dos cosas que más me gustan, el canto y el chelo. Luego, estoy empezando a conocer desde hace unos años el ámbito didáctico y me encanta ayudar a la gente y ver cómo disfrutan y evolucionan. Gente que no tiene ni idea de música y que comprueban que no es tan descabellado ni está tan lejos de sus posibilidades. Tercero, el nivel humano. Las personas que te encuentras aquí son geniales, y este año ha sido flipante. Quizá el año pasado, por el hecho de que Ella (su otra parte del Dúo Eendracht) era extranjera, el idioma también separaba un poco, y este año he estado a mi aire. Y a Julia (la casa donde se aloja Virginia en Piantón) me la llevo como mi segunda madre. Es una de esas conexiones extraordinarias, y es alucinante cómo me trata, cómo nos llevamos, qué humor tiene, que cariño, qué generosidad, qué todo. Es muy inteligente, y tiene ganas de vivir y de descubrir todavía muchas cosas. Y se emociona como una niña pequeña, es maravillosa.
—¿Y los músicos de este año, qué te han parecido?
—Me han parecido de diez. El cuarteto de saxofones (Iberian Quartet), para quitarse el sombrero, sobre todo en lo humano. Marta y Loli (Dúo Mitjana), no sabes lo que las quiero, y estaba contando los días para verlas, porque estudiamos el máster juntas y nos hicimos muy amigas. En Holanda teníamos un trío, que sonaba de miedo, con clarinete, piano y chelo, y lo echaba muchísimo de menos, y siempre que podemos hacemos algo juntas. María y Beatriz (Dúo Caliope), igual. Y Pedro (fagot), que cuando sepa que ha crecido no le va a parar nadie. Y el cuarteto de flautas no te quiero ni contar. Y Ricardo, el hijo de Marc-Antoine. Y Lola Serrano, la compositora gaditana. Cuando vas para casa lo haces cantando su melodía. Y esto es una de las cosas que da Piantón, la pureza. La gente que viene o que va a venir aquí tiene que ser buena, por el hecho de que los que aceptan venir tienen que hacer el proyecto didáctico, pedagógico. Y yo no concibo que alguien que no sea humilde, generoso, simpático, agradable, con ganas de aprender, entusiasta, de todo, venga aquí. Yo creo que es una de las cosas que mejor está encajando el Festival, y lo que le va a hacer crecer, pero en su esencia. Y este festival está cogiendo un ritmo estupendo.
—Luego vienen los sueños. Yo, fíjate, llevo dos días que cuando voy para mi ‘casa rodante’ veo una finca en ruinas que a mí me encanta. Y como soñar es gratis, me digo: ésta podría ser la Casa de la Música, una pequeña fundación o algo así, con músicos residentes a lo largo del año. Pero esa es otra historia, seguramente irrelizable.
—Sí, sí, yo también lo he pensado. Ojalá realmente se den cuenta de los beneficios humanos que tiene este festival, y de que es algo útil, que no es inútil por el hecho de no conseguir nada que sea retributivo. Es como el libro que tengo de cabecera en mi mesilla, La utilidad de lo inútil, de Nuccio Ordine, porque en yuxtaposición te enfrenta lo ‘inútil’ frente lo ‘útil’. Por ejemplo, John Locke, con su visión económica, consideraba que todo lo que no da dinero no sirve para nada, y es un error. Es un libro que le regalaría a todo el mundo.
—Y respecto a lo que hablabas de que no concibes que no haya gente buena en el Festival, no hay que preocuparse. Los que no lo son no encontrarán su sitio. Son las afinidades selectivas, que siempre funcionan.
—Esto es igual que lo que pasa a veces en las orquestas, y es que muchos músicos aspirantes consideran tocar de otra forma para captar la atención cuando van a hacer las audiciones, y eso es un error radical, porque tienes que tocar como tú eres, con el alma. Imagínate estar años tocando de otra forma, es horroroso. Y esto es lo mismo, si hay alguien que no está cómodo en el Festival no encontrará hueco en él. No hay muchos festivales rurales en España, y los que hay tienen otro planteamiento porque lo que buscan es la máxima difusión, y aquí no, aquí hacemos como el pato; vivimos, y es suficiente.

No hay comentarios.

Agregar comentario