JUAN CARLOS AVILÉS
Temía un poco el encuentro con The Wandering Bard, porque, a pesar de que me fascina Shakespeare, no entiendo nada su lengua materna. Pero, para mi regocijo, Ricardo, el guitarra, narrador y alma mater del grupo, es portugués y además estudió en Vigo, así que miel sobre hojuelas. Nos sentamos frente por frente, con sendos cafés de por medio, y la imagen que me ofrecía era lo más parecida a la de un poeta decimonónico, o tal vez un trovador medieval, o el semblante renacentista de alguien experto en mil y una habilidades, entre ellas la de la palabra. Con una dicción exquisita y melodiosa, de rasgos galaíco-portugueses, empezamos la charla con una banalidad por mi parte, para romper el escaso hielo que permite una sonrisa cálida y cercana como la suya.
—¡Qué bien suena el portugués!
—«Sí, a mí me gusta también. Yo viví cuatro años en Vigo, donde hice mi carrera, y fue allí donde aprendí el castellano, pero cuando volví mi portugués estaba muy estropeado, porque mezclaba palabras de los dos idiomas. Mi familia es íntegramente portuguesa, toda del mismo lugar. Mi hermana y yo fuimos los únicos que salimos de allí. Ella vive en Berlín desde hace más de diez años, y yo estuve en varios países por cuestiones musicales».
—¿Dónde estudiaste?
—«Empecé a estudiar guitarra en Portugal, pero para hacer la carrera superior me fui a Vigo, y fue allí donde conocí a Esin, a la violinista, que vino de Erasmus, coincidiendo con mi último año en Vigo. Y allí nos hicimos novios. Después yo fui también de Erasmus a Francia para desarrollar mi técnica con otros profesores, y de allí a Turquía, no para aprender, sino para enseñar guitarra. Estuve en Estambul, de donde es Esin, aunque ella nació en Oslo porque los padres trabajaban de médicos allí. Después nos fuimos tres años a Amsterdam, ya como pareja y con los estudios terminados. Yo tenía allí un buen profesor de guitarra y Esin de violín-jazz, porque ella posee varias especialidades musicales. Pasado el primer año, teníamos una habitación libre y Kat y Adam, que eran también músicos, contactaron por Facebook con nosotros. Ya eran pareja, y se casaron el diciembre pasado en Inglaterra y tocamos en la boda para ellos. En Amsterdam empezamos a tocar, primero como trío —Esin, Kat y yo— y luego se incorporó Adam con el bodhran».
—Curioso instrumento el bodrhan. ¿De qué origen es?
—«Es irlandés. Pero según Adam es la fusión de un instrumento africano con otro celta, porque los irlandeses donde llegan recogen los instrumentos nativos y los convierten en tradicionales».
—Kat lleva la voz cantante en el grupo, pero está claro que eres tú el que "parte el bacalao", tan típico y celebrado en tu tierra. ¿Cómo influiste en su formación?
Yo estoy realizando un trabajo de investigación, con el que llevo diez años —ahora tengo 29—, que consiste en entender la música a través de la historia. Porque en la guitarra clásica, y en la música en general, hay que hacer una labor de reinterpretación para saber lo que quieres decir con ella, y mis profesores siempre me llevaron por ese camino. Y a mí me gustaba mucho imaginar una acción a partir de lo que estaba tocando, así que iba escribiendo lo que creía que determinado pasaje podría significar, y cuando volvía a tocarlo la percepción había cambiado. Así que pensé que eso mismo se lo podía contar al público, y hace siete años que empecé a hacerlo. Fue en Vigo, y se llamaba Una historia sonora, con un repertorio que combinaba temas del siglo XV con música renacentista. Tienes que analizar todas las partituras, pero no de una manera formal y tradicional. Yo lo llamo “análisis fantástico”, porque pienso que la música tiene un contenido imaginario, aunque cada uno lo descifre como le venga en gana. Sin embargo, hay compositores que piensan que la música solo es música, que no hay un material extramusical, solo el sonido. Pero dentro del sonido hay una narrativa emocional, un discurso. Y si hay un discurso en la música, ¿por qué no traducirlo a palabras? Es algo que yo desarrollé a fondo en mi máster sobre narrativa musical, y ahora lo llevamos a los conciertos: historias musicales apoyadas con narraciones orales. Y eso es The Wandering Bard».
—¿Y en qué os apoyáis para realizar vuestras creaciones?
En la tradición de los juglares y de los bardos, pero adaptado al siglo XXI, y es el estilo que le hemos aportado a The Wandering Bard. Toda la investigación que fui desarrollando la he difundido en workshops y presentaciones. Hace dos meses hice un workshop para guitarristas y les enseñaba cómo hacer sus propias narrativas musicales basadas en su repertorio, cómo analizar la música, escribir su historia y después presentarla al público».
—Pero siempre ha habido contadores de historias, e incluso reivindicadores sociales que se han apoyado en la música para expresar sus denuncias, o los propios juglares y trovadores…
—«Esto es algo distinto, porque es la historia basada en la experiencia musical. Enrique VIII es el personaje en el que nosotros nos basamos, y a través de los diferentes temas contamos la relación que tenía con sus diferentes esposas. Pero incluso se pueden utilizar animales como personajes. En el grupo, mi trabajo es la construcción del programa del concierto, y después en conjunto tratamos de encontrar el mejor arreglo, cada uno con su instrumento. Luego, Cat y su madre saben mucho sobre la historia de Inglaterra, y para la narrativa de Enrique han sido mis fuentes sobre la historia real, porque en internet hay que filtrar mucho y no es demasiado fiable. Yo escribo la historia en inglés, y ellas son mis correctoras oficiales».
—¿Cuándo comenzasteis como grupo?
—«Nos conocimos en 2016, hace tres años, pero como The Wandering Bard tenemos poco más de un año, aunque llevamos dos desarrollando el proyecto, pero ya te dije que inicialmente como trío. Hemos tocado en Holanda y dado muchos conciertos en Inglaterra, porque al público inglés les gusta mucho nuestro proyecto, ya que cuenta historias de ellos, y la tradición y la poética es muy inglesa. Hemos participado en festivales en Londres, en Brighton, y el público es increíble».
—En lo vuestro hay un componente teatral muy notable…
—«Sí, y a partir de incorporarse Kat (los primeros días del festival estuvo enferma) se aprecia mucho mejor la estructura y la intencionalidad al completo. Yo cuento la historia y ella se pone en el papel de la reina. Al principio voy introduciendo lo que va a pasar a través de la música. Es el desarrollo del reinado de Enrique VIII a través de sus seis esposas: a unas las mató, de otras se divorció… La verdad es que es un poco trágico, pero el sentirse mal también es parte del arte».
—Y veo que hasta habéis grabado algún disco…
—«En un año hemos grabado dos cedés. En el primero narramos una historia sobre un bardo errante que viaja buscando una flor de lavanda para curar a su amada, que se está muriendo de amor, la pobre. Pero cuando ya se encuentra bien se va con otro chico. Terrible, terrible… El primer disco es más folk, más canción tradicional de Inglaterra, y el segundo es música antigua inglesa, con compositores del Renacimiento y el Barroco. Y el programa que traemos al festival no lo hemos grabado aún, aunque lo estamos preparando, pero son melodías y música escritas directamente por el rey Enrique y a las que hemos hecho nuestros arreglos. Y es bastante insólito y novedoso, aunque lleva mucho trabajo porque Enrique solo dejó la melodía principal y la letra, con lo que los arreglos son mucho más complejos y hay mucha labor de composición».
A pesar de su juventud como grupo, los cuatro componentes de The Wandering Bard denotan una espléndida capacidad de organización, y ellos mismos gestionan y producen sus discos, con un componente artesanal y de buen gusto que añade aún más valor a su calidad como músicos.
—«Tratamos de mantener todo de la manera más independiente posible, y en eso intervenimos todos. Las grabaciones de nuestros dos discos las hicimos en nuestro propio estudio CordaSonora, en el que Esin y yo estamos de ingenieros de sonido, a parte de ser músicos del grupo. Además, Esin se ha encargado de las mezclas y las masterizaciones. Y de los vídeos, que se pueden ver en YouTube, también nos ocupamos nosotros».
—¿Y quién gestiona los conciertos?
—«Lo hacemos igualmente nosotros, pero Kat es la que tiene más capacidad organizativa. Nuestra participación en Piantón fue a través de ella, aunque fui yo quien cerró el tema al hablar español. Pero Kat tiene facilidad para contactar con los sitios, festivales, salas de conciertos… Tampoco conocíamos a nadie que hubiera pasado por aquí, aunque sí he coincidido con una chica de clarinete que estudió en Holanda, aunque nosotros vivíamos en Amsterdam y los otros en Rotterdam. Yo estudié en La Haya, pero hay muchos españoles, así que es relativamente fácil encontrarte alguno. Allí se escucha más español que holandés».
—En Portugal hay mucha actividad musical, sobre todo por la proliferación de bandas. Muchos de los músicos portugueses que han pasado por Piantón empezaron en ellas, y es una tradición que se trasmite de padres a hijos.
—«Sí, sí. De no ser por las bandas, la cultura musical en Portugal estaría mucho más retraída, porque han llevado la música a pueblos que no podían tener un conservatorio. Es una parte muy importante de la historia musical portuguesa, aunque no se valora lo necesario. Pero como lo mío es la guitarra nunca tuve nada que ver con las bandas».
—Claro, la guitarra es más difícil de acoplar en una agrupación musical, salvo que sea de solista.
—«Sí, de hecho en diciembre yo voy a tocar en Holanda con una orquesta, pero como solista, por supuesto. Yo tocaba la guitarra desde niño, y cuando tuve la edad para empezar a estudiar lo hice por mi cuenta, aunque ya tenía nueve años, que tampoco es muy pronto. Pero mis profesores me decían que tenía que ir al conservatorio porque quería tocar cosas más complejas y “aquí no lo puedes hacer, porque la gente solo quiere tocar acordes”. Entonces me fui al conservatorio en Leiria, que es de donde soy, y allí estudié seis años, y después me fui a Vigo, donde tuve la fortuna de encontrar muy buenos profesores».
—¿Y cuáles de ellos han sido tus referentes, por los que sientes más admiración?
—«Yo estudie con Margarita Escarpa, que fue mi profesora en la carrera, y con José Luis Fernández, que es el que me enseñó el mundo de la música antigua, y sin esas clases yo hubiera llegado más tarde a donde me encuentro ahora. Luego mi profesor en el máster, que era un croata, aunque no estaba muy interesado en las narrativas musicales. Sin embargo, mi coordinador de máster me decía que no sabía por qué no había más gente interesada en lo que yo hacía, porque era tan natural…»
—Como músico narrador que eres, te gustará la literatura, supongo.
—«Claro, claro. Todos leemos mucho, sobre todo libros de historia y de romances, de narrativa popular. Y cuanto más cerca de la cultura celta, mejor, porque nos vale de inspiración para nuestro trabajo».
—¿Crees que The Wandering Bard es un proyecto duradero, o tal vez sea flor de un día?
—«Como grupo, sí, porque después cada uno tiene su actividad personal, que también es bueno. Por ejemplo, Esin y yo vamos a formar otro grupo en Portugal, y en este momento yo estoy trabajando en música antigua, barroca y renacentista en España. Y eso lo aporto a The Wandering Bard o a mis conciertos en solitario. Esin, por su parte, tiene sus grupos de jazz, de folk judío… Adam tenía una banda de punk inglés, pero eso era antes de trasladarse a Holanda, y ahora casi todo lo que hace es con nuestro grupo, porque está enfrascado en un curso de programador. Él trabaja en una empresa de derechos de autor, así que sigue relacionado con la música y los músicos. Y Kat estudió música antigua en Holanda y allí tiene sus grupos también, como Ninfas y Monstruos, que no cuentan historias como nosotros, pero tienen coreografías y trabajan mucho con el gesto y la expresión corporal. Pero Wandering es un proyecto que se va a mantener porque cada vez tenemos más propuestas para tocar en sitios y más ganas de hacerlo. Es muy temprano aún, porque estamos juntos desde hace solo año y medio, aunque en ese tiempo conseguimos lograr a nivel musical, artístico y profesional unos resultados muy buenos. Y además me siento muy bien tocando con esta gente. Es como una familia, con todo, para lo bueno y para lo malo».
—En el plano extra musical además sois dos parejas, y parece que os entendéis bien, que no siempre es fácil. Claro, que es muy importante el humor, tanto para funcionar en grupo como en la relación de pareja…
—«Sí, sí, es verdad. El humor es tan importante como el amor, si no más. Pero ya lo has visto, la relación es muy buena. No tenemos la energía de aquí nuestros compañeros (se refieren a Giralda Bras, el grupo de viento-metal sevillano, que estaban al lado), pero tenemos un registro medio bastante aceptable».
—¿Y qué proyectos tenéis para después del festival?
—«En septiembre nos vamos a Inglaterra, vamos a trabajar allí con un coro y con una narrativa musical basada en compositores ingleses del Renacimiento, Thomas Tallis y William Byrd, que hicieron mucha música sacra. Yo escribí una historia basada en su amistad, porque uno de ellos murió y, a raíz de eso, el otro pasó por un proceso de crisis muy complejo. Y yo hice que a través de la música pudieran reencontrarse en el más allá. Yo creo que, al tratarse de música sacra, va a ser una experiencia espiritual muy grande».
Nos reímos un rato con la experiencia técnico-gastronómica del día anterior, en la hora de la comida. Íñigo se empeñó en enseñar a Adam a pelar la naranja con cuchillo y tenedor, que da mucho pisto, y los navarros para eso son muy finos. Mientras Ricardo hacía la misma experiencia protocolaria, pero con una raja de melón, que hay que reconocer que tiene menos intríngulis.
—«Yo lo aprendí a cortar con mi padre, pero cuando vivíamos en Turquía y me ponía a cortar el melón de esa manera se me quedaba todo el mundo mirando y me decía: “¿Pero, qué estás haciendo con el melón?” A le gente le llamó la atención, pero no entendían nada».
Esa noche nuestros bardos errantes tocaban en Tapia de Casariego, junto con otros grupos, pero sin Kat, la cantante, que seguía indispuesta, así que sus narrativas musicales se limitarían sólo a los instrumentos y a la voz, no menos musical y seductora, de Ricardo con sus introducciones en perfecto castellano de Vigo, cosa muy de agradecer. A Kat pudimos escucharla, por fin, en el concierto de clausura, y disfrutar de sus esplendidos matices y voz potente y anacarada. Junto con la guitarra de Ricardo y su refinada formación clásica, el violín versátil y con inclusiones jazzísticas de Esin y las caricias sonoras de Adam y su bodhram, The Wandering Bard fueron una experiencia musical original, mágica e inolvidable. Ojalá que se repite pronto y que la buena estrella, aunque también sea errante, les guíe siempre.