Ricardo Delgado: La humildad y ‘La Bestia’

Ricardo Delgado y Marc-Antoine Bonanomi durante el Concierto a la luz de las velas.

Juan Carlos Avilés

Suena la campana de la iglesia de Piantón sobre nuestras cabezas. Son cinco campanadas, lo que quiere decir que falta una hora para empezar los ensayos antes del concierto. Y con esa melodía, desde luego más tosca que la que desprende de un contrabajo, aprovecho para charlar un rato con un joven virtuoso de ese instrumento, Ricardo Delgado, quien en ningún momento hace la menor gala de ello. Entonces uno se plantea que tal vez el contrabajo sea el instrumento de la gente sencilla, que ama la música por encima de todas las cosas (sobre todo de su espalda), y que se inclina con respeto sobre ese corpulento y casi totémico dios de la gravedad sonora. Ricardo Delgado y Marc-Antoine Bonanomi, mucho más que padre e hijo, celebran juntos esta noche una singular y novedosa ceremonia a la luz de las velas. Mucho más que un concierto.

“Empecé con la música cuando tenía seis años, más o menos. Yo vivía en un barrio popular de Maracaibo, en Venezuela, en el que pusieron en marcha, hace como cuarenta años, un sistema de educación musical para apartar a los niños y jóvenes del mundo de la delincuencia. Consistía en llevar la música a los lugares más pobres, porque en Venezuela la música siempre ha sido muy elitista y al conservatorio sólo tenían acceso las clases altas. Y gracias a ello muchos niños salieron de eso. Yo tuve mi primer contacto con la música en uno de estos núcleos, como les llamaban. Allí se organizaba un Festival del Nuevo Mundo, que ya no existe por la situación actual del país, al que solía asistir Marc-Antoine, y en una de esas ocasiones me escuchó y me propuso una especie de beca privada, llevándome a su casa en Suiza y pagándome los estudios musicales y también de escuela. Fue mi gran oportunidad.

Así fue como Ricardo aterrizó en Lausanne, Suiza, de la mano de su protector, donde empezó a vivir con la familia y a trabajar a fondo en el instrumento que él había elegido, o que le eligió a él. “Yo siempre he tocado el contrabajo porque tenía bastante facilidad, pero la verdad es que la causa de esta elección fue bastante chistosa. Cuando empecé en el núcleo había un curso de iniciación musical, en el que te daban unos instrumentos de percusión y tal. Y al cabo de un año los profesores daban un pequeño concierto y tú decidías que instrumento querías tocar. Y yo me acuerdo que el contrabajista tenía un arco con una punta así como de oro, que brillaba mucho. Y yo pensé: ah, pues éste tiene que ganar mucha plata. Y luego me di cuenta que no es así, que los instrumentos no son de oro. Y también me gustaba porque era grande, y el violín era muy chillón, y el chelo un poco incómodo. Y yo, todo pequeño, el hecho de ver esa bestia me daba mucha ilusión”. Ricardo sigue llamando a su contrabajo ‘La Bestia’ con un cierto tono de complicidad, y como si se reafirmara en una especie de conjuro ancestral que le cambió la vida tocado por la vara de la fortuna. Y le pregunto qué adjetivos le adjudicaría al contrabajo que lo diferencien de otra clase de instrumentos y por los que se identifica con él. “El contrabajo es un instrumento muy polivalente, porque es la base de todos y se necesita en cualquier tipo de música, la clásica, el jazz, el folk, y eso te permite abrir mucho tu horizonte profesional y explorar otros caminos musicales”.

Ricardo además tuvo la inmensa fortuna de recalar en el entorno familiar de Marc-Antoine Bonanomi, donde todos son músicos, y al abrigo de un hombre de una enorme talla profesional y humana que en ningún momento duda en llamar “mi papá”. Y, para mayor abundamiento, Marc-Antoine es un excelente contrabajista, brillante ‘maestro de ceremonias’ (las historietas que utiliza para enlazar los conciertos colectivos son memorables) y uno de los alentadores, junto con su esposa Carmen Monjaras,  Elena Montaña e Íñigo Guibert, de este espléndido proyecto de convivencia musical que es el Festival de Piantón. A partir de ese momento, su aprendizaje fue bastante progresivo. “Yo entré al conservatorio al mismo tiempo que estaba en la escuela. Pero mi padre nunca me dijo que yo tenía que ser contrabajista, sino que me había dado la opción de estudiar en Suiza, y si en un momento dado, a los 14 ó 15 años, yo le hubiera planteado que no quería ser músico, sino arquitecto o algo parecido no hubiera sido un problema. Nunca me sentí en la obligación de ser músico, pero fue bastante rápido el decidir que  eso era lo que quería ser. Así que me metí de lleno en el conservatorio hasta que terminé mi carrera”. En todo ese proceso Marc-Antoine estuvo a su lado --ya que él es profesor de la Haute Ècole de Musique de Laussanne, donde estudiaba Ricardo-- hasta el momento de realizar el máster, algo así como el certificado de estudios avanzados. Fue un mes antes de finalizar cuando le llamaron de la Orquesta de Cámara de París tras someterse a un estricto concurso de selección. “Luego tienes que estar un año de prueba para ver si te acostumbras a la orquesta y te integras bien al grupo, y pasado ese año te dan la plaza”. Entonces Ricardo tenía 22 años, y ya lleva seis como contrabajista titular de la Orquesta. “A mí me gusta mucho París, es una ciudad que cansa un poco por su enorme densidad, pero culturalmente es genial”.

Al margen de su trabajo orquestal, Ricardo ha paseado a La Bestia por otros escenarios, realizando conciertos con pequeños ‘ensembles’ de música de cámara tanto en Francia como en Suiza. “Pero sobre todo ahora estamos montando, como te dije, un grupo de latin-jazz con varios amigos, que somos violín, piano, percusión y contrabajo. Ya hemos hecho varios conciertos y es una buena experiencia y oportunidad de hacer otro tipo de música”. También es también una manera de ‘desengrasar´ y de aligerar el peso de tantos años de estudio y sacrificio, aunque en el caso de Ricardo Delgado no parece haberle resultado una carga excesiva. “Lo que sí me ha podido afectar, ahora que lo pienso, es que siempre he estado un poco ‘decalado’. Llegué muy joven de Venezuela, luego Suiza, el conservatorio, París… Y quizá ese tipo de relaciones a largo plazo no las he tenido, pero sí muchos amigos en todos los lados, o sea que no me puedo quejar”.

Volvemos a Marc-Antoine y a sus aportaciones desde el punto de vista profesional y sobre todo pedagógico, una de las cualidades más significativas del ‘maestro’. “Marc-Antoine ha sido siempre una persona extremadamente humilde, y eso es lo que yo más admiro en él, porque es un músico con mucho talento, inteligente y un pedagogo excepcional. La prueba es que muchos de sus alumnos ahora están trabajando en buenas orquestas. Y el hecho de ser tan buen músico y tan buena persona, y conservar esos niveles de humildad y de amor a la música, es algo que de verdad me ha ayudado mucho, y que me hace pensar: ‘Tranquilo, quién eres tú; calma, haz bien tu trabajo y no pierdas esa humildad, que es al final lo que te va a engrandecer’. Y en ese sentido Marc-Antoine es una persona absolutamente increíble”. Y este periodista, que tiene la fortuna de coincidir con él cada año, da fe de ello.

Pero volvamos al ‘tajo’. Ya tenemos a un flamante contrabajista, y con la cabeza bien amueblada, ganándose bien la vida en una no menos flamante orquesta de cámara. Pero, ¿y después? “A corto plazo ya tengo un proyecto bien definido, porque me gané una plaza de solista en una orquesta del sur de Francia, en Clermont-Ferrand, pero como sería incompatible con la de París me han concedido un año sabático para hacer el periodo  de prueba allí y a ver qué tal me va. Así que me meteré a fondo en ese trabajo este año y veremos qué viene después. Es un cambio notable, porque es una ciudad más pequeña, pero después de venir de Maracaibo como que no me da ningún miedo”. Y además, como allí se encuentra la sede central de Michelín, seguro que todo le va a ir sobre ruedas. Como rodada me surge la pregunta inevitable que le hago a todos los entrevistados. Y de no haber sido músico, ¿por dónde hubieras tirado? “Pues no sé, pero yo creo que siempre me atrajo la arquitectura porque me gustaba dibujar y el hecho de crear algo, pero siempre con las manos. Y después de que empecé a ver un poquito de cerca el mundo de la lutería, me encantaría también. Las horas que se pasan allí elaborando el instrumento es una belleza, y me fascina ir al luthier y ver cómo mueven las cosas, las herramientas, la madera. El instrumento es una cosa viva, que se mueve y se desajusta, y en el caso del contrabajo, por su volumen y el difícil transporte, es aún más complicado”.

Hace rato que sonó una sola campanada, y el tiempo de nuestra conversación se va agotando. Pero antes de que La Bestia caiga de nuevo en los amorosos brazos de su tentador me queda preguntarle por su experiencia en el Festival. “Yo estuve ya como hace cuatro o cinco años, que vine a tocar con un cuarteto de contrabajo. Éramos otros dos venezolanos y un suizo. Y si te soy sincero, al ser la tercera o cuarta edición lo vi todo como un poco verde aún, pero ahora que está la cosa mucho más rodada me parece muy particular, porque la calidad musical sigue siendo una constante y es muy cercano y acogedor, con un público fiel que se ha ido creando y aumentando. Es como que estás educando a un pueblo y a una región musicalmente, y al ser muchos y tocar muchas y diferentes cosas se crea un abanico de posibilidades muy grande para un público que, puede decirse, está virgen de escuchar y descubrir muchas cosas. Y el hecho de estar aquí, en un lugar tranquilo y casi perdido, y trabajar en unas buenas condiciones, me parece muy agradable. Hay muy buen ambiente entre la gente tan diversa que participa, y todo eso ayuda bastante a abrir el círculo. Así que el Festival ahora está muy bien, y lo importante es que vaya mejorando año a año, pero sin perder esa serie de particularidades que lo hacen diferente. Sin olvidar el alma que tiene”.

Pues maestro, ha sido un placer. Y, como dirían en tu tierra, que te vaya ‘chévere’.

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