Pedro Pérez, fagotista y un tío feliz: “En la música, como en todo, hay que saber parar”

Juan Carlos Avilés

¿Sabíais que un fagot puede llegar  a costar entre cincuenta y sesenta mil euros? Sí, ese cacharro con un tubo grande que acaba en una pipeta por la que le insuflas aire y obtienes un sonido que nunca te imaginarías si eres, por ejemplo, registrador de la propiedad. Pedro Pérez tiene sólo 21 años y es fagotista, o sea, un héroe en lo suyo. Porque además de tocar un instrumento que se sale del estándar, lo hace sencillamente genial. Cuando le escuchas olvidas los prejuicios que arrastramos los periodistas —eternos ignorantes— y te das cuenta de que hay otros mundos fantásticos más allá del acordeón, la gaita o la guitarra. Además el fagot requiere de cierta complexión física y de una conexión especial con el instrumento. O sea, "aquí un servidor, y aquí mi fagot" no funcionaría. Tienes que lograr la fusión total con el instrumento y a partir de ahí el auditorio y el mundo son tuyos.

“Parece que no, pero hay más gente de la que se piensa tocando estos instrumentos. Antes era muy difícil escoger el que uno quería porque los conservatorios no disponían de suficientes medios y los que ponían a tu alcance eran los más convencionales, porque además el fagot es de los más caros y difíciles de encontrar. Pero a partir de los años setenta se van poniendo las pilas y ofreciendo mayor diversidad y opciones a los alumnos”.

Pedro empezó a estudiar piano en una escuela de música a los seis años, y cuando pasó al Conservatorio de Ponferrada fue el azar, y un cierto componente surrealista, el que produjo su primer encuentro con el fagot. “Yo quería seguir con el piano, pero la asignación de instrumentos se hacía por sorteo según las iniciales de tu apellido, y el piano cayó en la ese, y como yo me apellido Pérez me quedé con las ganas. Los que quedaban libres eran el contrabajo, la tuba y el fagot, y creo que fue mi madre la que me dijo, "pues hale, nene, el fagot". Y así empezó la cosa”.

Tras una serie de explicaciones técnicas y eruditamente matizadas acerca del instrumento —que serían demasiado farragosas para reproducir aquí, pero que me elevó a la categoría de experto en la materia— Pedro Pérez me habló un poco del origen del artilugio: “El fagot viene del bajón, un instrumento del Renacimiento que estaba relacionado con la chirimía. Los bajones, que tenían diferentes tamaños, hacían, lógicamente, el bajo, mientras que las chirimías producían un sonido más agudo. Entonces, los conjuntos cortesanos del Renacimiento tocaban habitualmente estos dos instrumentos. Después surgió el fagot barroco, que no era exactamente como el moderno, pero muy similar. Por eso en el Barroco hay muchísimas obras para fagot, porque al no existir el clarinete ni la trompa, sólo el sacabuche, los únicos instrumentos de viento grandes que había eran los traversos de madera (de ahí derivó la flauta travesera), el oboe barroco y el fagot barroco”. No satisfecho con la clase magistral sobre instrumentos renacentistas y barrocos, Pedro me puntualiza el origen de la palabra fagot. “Viene del flamenco y significa algo así como “haz de madera”. Pero en inglés y francés se denomina basson, mucho más parecido al término español renacentista”.

Cuando hablas con este joven gallego, pero de alma asturiana, te traspasan su determinación y contundencia expresivas, además de un discurso bien elaborado y sin titubeos tan renacentista como su fagot. Tras su elocuente disertación, pasamos a hablar de él y de su carrera musical, brillante y consecuente para un músico que acaba de rebasar las dos décadas. “Mucha gente con 25 años ha recorrido lo mismo que yo con 21, y en gran medida debo agradecérselo a mis padres. Mi padre, sobre todo, me ha llevado siempre a todos los sitios y apoyado sin reservas. Ninguno de ellos es músico, pero son unas personas muy comprometidas con la cultura y amantes de la música clásica. El hecho de empezar a salir fuera, con 14 o 15 años, y conocer a variedad de gente, te aporta un bagaje muy importante. Y no sólo en el aspecto musical, también en el cultural, porque recorrer tantos países con unas edades tan cortas te cambia mucho la cabeza. Conoces gentes de Israel, de China, de Estados Unidos, y eso te amplía horizontes en todos los sentidos. Y además a mí me encanta viajar”. A pesar de haber tocado en diversas orquestas jóvenes y profesionales, Pedro se queda con una experiencia especial, la que le aportó la Orquesta Joven de la Sinfónica de Galicia con tan sólo 14 años. “Allí conocí a un profesor, Steve, un americano con el que empecé a dar clases, y que me introdujo en lo que era el mundo de la orquesta y de otros instrumentistas que me aportaron  mucho no sólo en lo profesional sino en lo personal”. También en esa época conoció a la cellista Virginia del Cura, con la que ha coincidido también en esta edición del Festival.

Sin embargo, Pedro no llegó hasta aquí por su amistad con Virginia, sino porque al vivir en Puerto de Vega había oído hablar mucho de los encuentros musicales de Piantón, y este año que tenía fechas libres se ocupó de participar. “Conocía el proyecto y me parecía muy interesante, porque a pesar de mi ‘cosmopolitismo’ me siento profundamente asturiano. Me parece que en una comarca como ésta, que corre un grave peligro de despoblamiento y de quedar como una reserva natural inmensa, es determinante que haya iniciativas de este tipo porque dinamiza y mueve a la gente en torno a la música clásica, que siempre se ha considerado más elitista. Y eso que a mí no me gusta hablar de niveles, porque dentro de diferentes estilos musicales también hay muchos niveles. Por ejemplo Hevia, un gran gaitero, está a un nivel altísimo y es de raíz popular. Pero la música clásica te requiere un conocimiento cultural previo, porque si tú no asocias una música concreta —Mozart, Bach, etc— con un contexto cultural determinado incluso en otro tipo de artes, como la pintura o la escultura, te es muy difícil de entender. Así que despertar la curiosidad y el interés en gente tan diversa como la que acude a Piantón tiene un mérito enorme, porque en música, que es un proceso de comunicación como otro cualquiera, es tan importante la gente que la toca como la que la escucha. Sin esas dos partes, no hay música”.

Le pregunto si la música le hace feliz y me contesta con la misma pasión que lo hace todo, desde tocar hasta divertirse, en lo que tampoco es manco: “Absolutamente. Es más, yo no soy feliz porque ser músico sea una profesión que mole, soy feliz porque hago música. Eso es lo importante. Así que soy feliz en lo profesional y en lo personal, y esperemos que dure”. Y como el optimismo y la vitalidad de este chaval asturiano con acento gallego te contagia, entre gozos infinitos le ataco con lo inevitable: ¿Y de no haber sido músico, cuál hubiera sido tu plan B? De nuevo el zambombazo clarividente: “La Geografía y la Historia. Desde que era pequeñito me han flipado, y si tengo oportunidad lo estudiaré, porque me encanta”. Le cuento que esta pregunta se la hago a todo el mundo, por aquello de Jekyll y Hyde, y por tocar las narices, pero vuelve a tenerlo claro (¡como todo, jó!): “Esa es también la magia de la música, que las personas que tienes a tu alrededor pueden ser muy dispares, pero por el hecho de ser músicos conectan enseguida. Si le haces esa pregunta al resto de compañeros probablemente te contestarán cosas muy distintas. Pero sólo por estar aquí, y venir a lo que venimos, desde el primer momento nos acoplamos estupendamente”.

Como las entrevistas las hacemos en la pausa entre los ensayos y la hora de comer, momento duro donde los haya, le dejo caer la última cuestión trascendental a ver si acabamos de una vez. “Oye, chaval” —y ahora me pongo yo las comillas— “¿Y tú crees que te has perdido algo al elegir una carrera dura e interminable como ésta, que te has dejado algo en el camino? Mira que la vida sólo se vive una vez…”. Y ahí va lo que me dijo: “Sí, es cierto que siendo músico vives la vida de una forma distinta, y no hay tiempo para el juego, la diversión ni otras historias. Me refiero a que es más difícil que caigas en círculos viciosos estilo drogas o alcoholismo prematuro y este tipo de cosas porque estás expuesto a otro tipo de adicción, benigna, por suerte, que es la música. Yo no siento que me haya perdido algo, pero sí que la vida que hubiera podido tener de haber elegido otra actividad sería muy distinta. No voy a volver a tener diez años, ni quince, ni dieciocho, pero las experiencias que llevo acumuladas creo que lo compensan. Pero sí es cierto, es una vida muy distinta”.

Efectivamente, no creo que Pedro Antonio Pérez se esté perdiendo nada, sino todo lo contrario. Vive la vida como lo que es, irrepetible. Y a pesar de su juventud la maneja con la misma habilidad, soltura y maestría como hace con el fagot. Luego volverá a Colonia, Alemania, a rematar sus estudios, y a realizar unos cuantos conciertos que tiene programados, pruebas, concursos, festivales. Pero antes se dará unas buenas zambullidas en las playas de Vega, echará unas risas con los amigos, y seguirá siendo lo que es: un tío feliz e irrepetible. “Porque una cosa muy importante, por lejos que quieras llegar y duro que sea el camino, es saber parar. Si no acabas con un marcapasos”. Yo, de mayor, quiero ser como él.

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