JUAN CARLOS AVILÉS
Marta Fitzsimmons, Álvaro Hernández, Dolores Navas y Enrique Aguilar. Tres andaluces y un murciano. Juntos conforman el conjunto de clarinetes Axo Quartet, desde que en 2016 crearan el grupo en Rotterdam (Holanda), mientras coincidieron en el conservatorio Codarts University of the Arts, uno de los más prestigiosos de Europa. Marta y Dolores, conocidas por estos derroteros como ‘las lolis’, son ya como una pata del festival, no sólo porque actuaran el pasado año bajo el nombre de Dúo Mitjana, sino porque a su buen hacer como intérpretes suman, como chicas del sur que se precien, su condición de ‘polvorillas’ irredentas que van dejando rastro a su paso. Que no pasan desapercibidas, vamos.
Pero antes que Dúo Mitjana ya fueron, junto con sus compañeros, el cuarteto Axo, debutando como grupo en el 50 aniversario de la afamada sala de conciertos De Doelen de Rotterdam. Y su complicidad y entendimiento no solo alcanza a su buen rollo como amigos, sino que trasciende al escenario a la hora de enfrentarse a su variado repertorio. Y esta charla a cuatro bandas con Axo Quartet da buena prueba de ello.
—«Axo, no, ‘acho’. Se pronuncia ‘acho’, que es como en Murcia se dirigen coloquialmente a la gente joven», aclara Enrique, el murcianico, orgulloso de haber llevado el panocho a Flandes. «Sí, porque en holandés ‘acho’ se diría ‘ajo’, y no puedes ir por el mundo llamándote ‘ajo’».
Con esa ocurrente y explosiva mezcla entre la mantequilla y el ali-oli, Axo se lanzó a dar conciertos, pero la separación —temporal, eso sí— se produjo cuando Enrique y Álvaro regresaron a España, una vez acabado el máster que les acreditaba como los buenos músicos que ya eran. Pero hay que pasar por el aro. Fue entonces cuando las chicas crearon Mitjana, pero como el alcance del ajo es difícil de extinguir, aquí los tenemos de nuevo, en amor y compaña, deleitándonos con su espléndido y bien ejecutado repertorio.
Como a un servidor, igual que a Darwin (salvando las distancias), le gusta saber el origen de las cosas, les pregunto cómo se les ocurrió meterse a músicos, existiendo la ingeniería informática, que tiene más salidas. Y si fue por tradición familiar y esas historias.
—«Cuando yo empecé, con ocho años, en mi familia no había músicos, aunque luego han ido surgiendo aficiones», dice Álvaro, el gaditano. «Le aconsejaron a mi madre que me apuntara a música, y me llevó a los ensayos de la banda, en San Fernando, y el director le sugirió que escogiera el clarinete. Yo no lo tenía muy claro, la verdad, pero empecé allí el elemental, y al final me fue gustando. Luego hice grado medio en Cádiz y el superior en Sevilla. Y cuando acabé decidí especializarme en clarinete bajo y me fui a Rotterdam a estudiar, porque allí estaba uno de los mejores profesores del mundo».
—«En mi caso, mi madre sí tiene el grado medio de piano, así que me metió a estudiar un poco a la fuerza y el clarinete me vino también de chiripa, porque en la escuela de mi pueblo, el Cabezo de Torres, quedaban sólo un fagot y un clarinete libres», dice Enrique, el murciano. «Y como mi madre dijo que el fagot era muy feo, pues hale, clarinete. Luego hice el grado medio en Murcia y decidí irme a Holanda a estudiar el superior. Allí estuve seis años, y fue cuando los conocí a ellos».
Enrique es el más veterano en Holanda, que debe de ser como Eldorado de los músicos, porque todos van para allá. Aunque cuando Enrique llegó apenas había españoles, y ahora abundan como churros.
—«Sí, hay días que no hablas ni una gota de inglés porque te entiendes en español con casi todos, incluso italianos, que no les queda otra que aprender castellano para poder integrarse», señala Marta.
—«Hay una orquesta joven allí en Holanda que sólo te puedes presentar si estudias en Holanda y Bélgica, y la mitad de la orquesta eran españoles, añade Álvaro».
Los cuatro han tenido experiencias en orquestas, tanto en Holanda como en Alemania, aunque rara vez coincidían. El que más Álvaro, puesto que el clarinete bajo goza de mayores oportunidades, ya que el elevado precio del instrumento hace que escaseen y además requiere de una especialización. Pero, aunque el objetivo de la mayoría de los músicos es llegar a ser titular en una orquesta, los cuatro se encuentran muy a gusto con la música de cámara.
—«Sea en orquesta o grupo, lo que queremos los músicos es poder mostrar nuestro trabajo», apunta Álvaro, «pero hay que ser realistas, y es difícil, porque el clarinete es un instrumento muy extendido y la oferta es muy grande, porque hay mucha gente que lo toca bien».
—«Y además nosotros lo tenemos muy restringido, porque por ejemplo en Alemania no podemos tocar ya que allí el instrumento es diferente; cambia la mecánica», puntualiza Enrique. «Ellos siguen con la tradición alemana. Por ejemplo, un trompa o un trompeta no tiene ningún problema, y un violín mucho menos. En Alemania hay 120 orquestas y muchas oportunidades de trabajo, pero los clarinetistas españoles tenemos poco acceso. Allí a un español o un francés no lo vas a encontrar nunca, sólo alemanes o austriacos».
—«La ventaja que tiene la orquesta de cámara, que es nuestro caso, es que te da más libertad creativa. Puedes hacer tus propios arreglos, elegir tu repertorio», señala Enrique. «Hoy, por ejemplo, vamos a tocar un repertorio solo español, y en una orquesta sinfónica tienes que atenerte estrictamente a lo que hay». «Sí, en ese sentido eres tu propio jefe y eso es impagable», añade Álvaro.
El problema de los grupos de cámara, como cualquier autónomo, es tener unos ingresos más o menos estables, ser económicamente autosuficientes. Por eso tanto Loli como Marta se valen de las clases para redondear el monedero. «Tienes que tener otra actividad y utilizar los conciertos como complemento, si no es imposible», añaden las chicas. «Y más viviendo en ciudades diferentes como nosotros», apostilla Enrique. Así que si no logras enrolarte en una orquesta, la salida más habitual es la docencia, y hacer coincidir los huecos de cada uno para realizar algún concierto. Marta, por ejemplo, tiene Magisterio y un máster para dar clase en secundaria y Loli es, nada menos, que directora de la banda de música de Torrox —«con equis al final», puntualiza concienzudamente la ilustre malagueña—. Álvaro, tras acabar el máster fue para Madrid «porque es donde hay más movimiento musical y sí he estado tocando con varias orquestas, pero dependes siempre de la demanda. Hay veces que te llaman para cuatro o cinco conciertos y te solucionan uno o dos meses, pero luego estás otro tanto sin rascar bola, y hay que pagar el alquiler y otra serie de gastos. Así que me estoy planteando hacer unas oposiciones para profesor de conservatorio, pero las de clarinete en Andalucía llevan diez años sin salir». Marta, por su parte, pretende hacer lo mismo, pero si no hay convocatoria en Andalucía lo intentará en Canarias. «Yo en Murcia doy clases en las escuelas de música», interviene Enrique, «lo que pasa es que trabajas muchas horas en sitios diferentes para ganar un sueldo normalito, pero después de vivir seis años en Holanda de manera independiente no apetece nada volver a casa de los padres».
Es la eterna cantinela de los músicos jóvenes, la inestabilidad en el trabajo, en los ingresos y un buen puñado de renuncias si quieres salir adelante. Pero todo lo compensa una vocación a prueba de bomba, mucho más inusual en otras profesiones, y el trabajar a fin de cuentas en lo que les gusta. Y aunque en España la cosa esté difícil, por ahí fuera tampoco atan los perros con longaniza.
—«En Europa actualmente están cerrando muchas orquestas, y en las que hay ponen bastantes trabas», dice Marta. «Hay orquestas que tienen falta de personal», apostilla Álvaro, «y, por ejemplo, para clarinete suelen convocar cuatro plazas, dos solistas y dos segundos, cosa que en España no sucede, porque en lugar de sacar plazas lo suplen con contratos temporales». Marta añade: «O las sacan y las dejan desiertas, como ocurre desde hace cuatro años en la Sinfónica de Madrid». «El problema es que para trabajar muy bien, en unas condiciones laborales estupendas y con un sueldo bueno, en España hay media docena de orquestas, La Nacional, Sevilla, Barcelona, Bilbao, RTVE, Galicia, Granada y Castilla León, y ya está. Y la de Granada está a punto de desaparecer», remata Enrique.
Otra cosa es Latinoamérica, pero resulta un mercado mucho más lejano y sobre todo más incierto. Marta dice que hace poco estuvo en Brasil, en un festival del estilo del de Piantón, «pero los profesionales de allí me dijeron que era un país muy difícil, aparte de que los precios están desorbitados, y si tienes un sueldo de 1.500 euros vivir te cuesta el doble». «Yo creo que hasta que la cosa se ha empezado a complicar el que ha tenido más salidas ha sido Venezuela, con la Orquesta Simón Bolívar, pero igual ahora no puedes ni entrar en el país», comenta Enrique. Pero todos están de acuerdo en que con un poco de esfuerzo, y moviéndose por festivales y ayuntamientos, España no es mal sitio para tocar, siempre y cuando lo apoyes con otros trabajos.
Los cuatro de Axo están ahora de subidón, y aprovechan los contactos del Festival y que han vuelto a reunirse para organizar algún concierto, además de presentarse a concursos de cámara. Sevilla es uno de los objetivos, y están hablando con los chicos de Giralda Brass —otros participantes de esta edición— para sacar algún bolo en la ciudad andaluza. Pero todo eso hay que organizarlo, y más o menos tienen repartidos los papeles.
—«Enrique y Loli son los que se encargan más de las partituras, Marta se ocupa de las redes sociales y entre ella y yo de organizar los viajes», comenta Álvaro. «Además todo el material que vamos a sacar de este festival, vídeos, fotos, etcétera, nos va a venir muy bien para organizar un buen book de presentación», concluye Marta.
Todos valoran muy positivamente la oportunidad que les brindan encuentros como el de Piantón para relacionarse con otros músicos, porque de ahí suelen salir oportunidades. Pero sobre todo el hecho de que los cuatro, por el tiempo que llevan juntos, han consolidado una relación fluida que les ayuda mucho a compenetrarse musicalmente. Y esa complicidad trasciende sin duda a sus actuaciones, que además complementan con un magnífico sentido del humor que, especialmente las ‘lolis’, manejan estupendamente.
—«Ese entendimiento entre nosotros nos facilita mucho el trabajo a la hora de preparar los conciertos, porque solo con mirarnos sabemos lo que nos queremos decir. Puedes tocar muy bien el instrumento, pero como no haya buena relación entre los músicos la has “cagao”, y nosotros tenemos la suerte de que con lo poco que ensayamos en comparación con otros músicos los resultados son muy satisfactorios», apunta Enrique. «Aunque es importante que haya alguien que haga el papel de líder», dice Marta, «en nuestro caso lo tenemos muy repartido y, dependiendo de qué, siempre hay uno que tira del resto. Hacemos muy buena piña». «Sí, sí, esto es una dictadura a cuatro», remata el murciano.
Y ahora entramos en la fase de buscar algún elemento diferenciador con el resto de grupos musicales. Y ahí surgen las ideas más peregrinas y con más o menos originalidad: «Pues podríamos grabar cedés y venderlos en la puerta. O empezar por hacernos unas tarjetas», apunta Marta; Loli se decanta por el asunto de la indumentaria: «Ellos podrían ponerse unas camisas hawaianas y nosotras unos trajes negros, así pareceríamos Las Grecas y el Dúo Dinámico». Y yo les insisto en introducir alguna morcilla humorística para desdramatizar la solemnidad de la música clásica —sin pasarse, claro— porque uno se tiene reído mucho con las salidas cómicas de las ‘lolis’, que son la caña. «Sí, sí, hay que diferenciarse de alguna manera», añade Álvaro, el gaditano, que lleva la chirigota en el ADN. «Y hacer interactuar al público de alguna manera, que la frontalidad músicos y espectador está ya más vista que el tebeo», apostilla Enrique.
Bromas aparte, y al preguntarles (sin abandonar la coña, que con tres andaluces y un murciano no hay manera), en el más puro estilo radiofónico del siglo pasado, si querían saludar, los chicos me llegaron al alma: «Sí, queremos agradecer a nuestros padres todo el cariño, la dedicación, paciencia, aguante y apoyo que nos han prestado para llegar hasta aquí. Sin ellos habría sido imposible». Pues qué majetes, vaya.
Para rematar, y por ayudarme a titular este asunto, no se sabe cómo sale a colación una célebre frase de Stravinski durante una semana santa en Sevilla, mientras sonaba Soleá, dame la mano, de Font de Anta. Marta o Loli (mira que les insistí en que dijeran el nombre antes de sus intervenciones, que luego en la grabación no se les distingue el malagueño), con la solemnidad que requiere la cita, se apresuró a declamarla enfáticamente: «Estoy escuchando lo que veo, y estoy viendo lo que escucho». La frase resume a las mil maravillas el espíritu de este espléndido cuarteto que pudimos disfrutar unas horas después. Más razón que un santo, don Igor.